En
el año 2008 trabajaba en el mismo centro financiero de Madrid. Todos los días
veía pasar millones de mano en mano y todos los días veía a Ricos, Altos
Ejecutivos y Futuribles Yupis con pretensiones poco “profundas”. Escuchaba
conversaciones que me parecían patéticas estando en las circunstancias en que
estábamos. Y aunque me apasiona parte de ése mundo (la parte profesional) y
aunque hice buenos amigos que tengo olvidados (perdonadme D. Eduardo y D.
Juan), todo lo que rodeaba a aquél emblemático edificio y a su “mundo” me
resultó entre pedante, prepotente e hipócrita. Y no quiero llevar a engaños, el dinero no era el problema, sino lo que las personas son capaces de hacer para acercarse al dinero o a aquellos que lo tienen. Siempre he pensado que con honradez y sinceridad conseguiría avanzar en mi profesión. Puede que esté equivocado y así lo pienso cuando veo a otros que alcanzan sus objetivos por otros medios menos lícitos, pero bueno, yo al menos duermo como un niño.
Rodeado
de tanto dinero, ganaba una miseria y trabajaba bastante más que muchos de los
que se contoneaban por ahí con aires de Jefazo. Y si hablamos de
responsabilidades, sí, también tenía bastantes más responsabilidades. Hacía
desde mensajero, secretario y hasta de confesor. Entre mi compañero (un gran
tipo) y yo, manteníamos el negocio a flote y sumando nuestros sueldos no
llegaba siquiera a lo que ése negocio generaba en 1 día. El grado de irresponsabilidad profesional que he llegado a ver es inimaginable.
Aún
con todo, debo reconocer que la experiencia me gustó y me sirvió, sobretodo
para valorar mi trabajo y el que hacen los demás, y para empeñarme en tratar bien, sobretodo con honradez y responsabilidad a mis clientes.
Con
lo dicho, es evidente que mi sueldo no me daba para comer en un bar o
cafetería, así que me llevaba un sándwich de casa y algo de fruta. Me iba todos
los días a un gran Parque situado muy cerca y allí comía. No me importaba, de hecho
lo hacía con gusto. En verano me sentaba en la hierba buscando la sombra de los
altos árboles y en invierno en un banco buscando los rayos del sol. Sacaba mi
sándwich, mi fruta y una pequeña navaja que llevaba para pelarla (por cierto,
estuve 2 años entrando en con ésta navaja en un edificio con Arco de Seguridad
y Guardias por todos lados). Disponía de apenas media hora para comer y echar
una cabezada; lo sorprendente es que conseguía hacer ambas cosas.
A
la hora de la comida siempre ocurría lo mismo. En cuanto sacaba el sándwich del
envoltorio, varios gorriones aparecían por ahí vigilando mis migajas. Y en
cuanto se caía algo, se ponían nerviosos pero no se decidían a acercarse por
miedo. Así que yo, compasivo, les lanzaba algunos trocillos.
Debían
comunicarse entre ellos, porque al día siguiente siempre había más. Llegamos a
conocernos bien, reconocía a alguno incluso, y tan buena relación alcanzamos
que llegaron a comer de mi mano. Los gorriones son muy desconfiados, para mi
era un logro.
Pero
siempre ocurría que cuando ya estábamos a gusto, llegaban algunas palomas a
perturbar nuestra armonía. Nunca me gustaron las Palomas, esa es la verdad. Me
pone de los nervios su torpe y estúpido contoneo, ese vaivén de la cabeza, como
si necesitaran impulsarse con el cuello. Su pecho hacia fuera resume lo que
aparentan las palomas: Pedantes y prepotentes. Sin el más mínimo disimula se
acercan y molestan.
Ocurrió
uno de ésos días en que sales a comer con un humor de perros. Mi jefe y sus
limitaciones me habían sacado de quicio y tuve que tragar con nueva propuesta
de sueldo a la baja por la crítica circunstancia del negocio (sin comentarios)
y de la economía. Pocos minutos después de trasladarme su preocupación y lo innegociable
de la propuesta, con voz socarrona, demasiado alta, se puso ha hablar por
teléfono con un cliente para invitarle a comer en un restaurante caro, bastante
caro. En una semana se gastaba en restaurantes la mitad de lo que yo cobraba.
Con
ése ánimo me fui a disfrutar de mis extensos treinta minutos de comida.
Vinieron mis simpáticos gorriones y lograron dibujarme una sonrisa, de ahí que
cuando apareció aquella pedante paloma, en un gesto instintivo, abrí la navaja
de la fruta.
Tranquilos,
no degollé a nadie. Pelé mi fruta, la compartí con los gorriones mientras
miraba a la Paloma. Así fue como me llegó el “fogonazo”, sentí esa necesidad de
coger mi Boli y el cuaderno que siempre llevo (desde el sueño de la enfermedad
del preso) y sin demora ni pereza ocupé mis sagrados minutos de siesta en
escribir la primera entrada de ésta historia. Confieso que en las primeras
frases no tenía ni idea de que historia estaba contando, de qué iría o qué pasaría
en la siguiente frase. Por eso me encantó donde la inspiración quiso llevarme.
Me sorprendí cuando con naturalidad “confesé” el primer asesinato. Ya sabía
sobre lo que trataría la historia, de mi viejo reto: El Asesino Perfecto.
¿Es
posible que ambas palabras compartan frase? No sé si el Asesino Perfecto existe
o no, pero lo que está claro es que para conseguirlo, el asesino debe ser
imperturbable, insensible y absolutamente natural ante los asesinatos, las
circunstancias y las victimas.
Es
una historia que escribiré sin intermediaciones ni repasos. Usaré, pues me
resultaría imposible lo contrario, mis pequeños cuadernos para escribirlas,
pero trataré de dejarla lo más original posible. No está escrita, ya lo
advierto, y también advierto que soy bastante esclavo de la inspiración, pero si puedo
decir que las líneas maestras están trazadas en mi cabeza, aunque, la verdad
sea dicha, soy muy olvidadizo, así que no prometo nada: No sé si encontraremos
al Asesino Perfecto, no sé si será detenido, si conseguirá escapar, si se
arrepentirá a mitad, si morirá a manos del inspector….
Pero
lo que si puedo prometer es que si te animas a acompañarme, haré todo lo que
esté en mi mano e ingenio para intrigarte
f. j. Rohs
Escritor.