jueves, 14 de abril de 2011

24 de Octubre. Primer Asesinato

         Me gusta dar de comer a los pajarillos del parque. A los Gorriones, pequeños y divertidos. A las Palomas no, me disgustan, las odio, con su andar prepotente, avasallando, dándole igual si las migas que he tirado iban para los Gorriones y no para ellas. Con ese meneo estúpido interponen su grotesco cuerpo y asustan a los Gorriones.
            Son feas, no sé a quién le dio por elegir a una Paloma como símbolo de la Paz, no es nada acertado. No inspiran paz, ni alegría, ni simpatía… Quizás cuando me tope con alguna Paloma Blanca lo entenderé, pero lo dudo.
            He venido al parque a tomarme un Sandwich. Me he sentado en un banco y poco después dos Gorriones han llegado revoloteando y se han posado cerca, prudencialmente lejos. Con sus ojillos suplicaban unas migajas y he sentido el arrebato de darles la mitad de mi comida. Me hacía sentirme bien. Les he tirado dos trocillos y de pronto han surgido de la nada otros seis o siete gorriones más. Era una encerrona, lo he entendido al instante. Me han hecho gracia y les he perdonado. Ha sido divertido.
            Al mirarlos he visto que algunos andaban muy delgaduchos, así que he tratado  que comieran ellos, pero ha sido imposible; curiosamente, éstos son más lentos y miedosos, algo bobalicones. Los Gorriones gordos son los más avispados, por algo será. Saltaban con velocidad y agilidad robando las migajas de los delgaduchos y sólo cuando estaban entretenidos con otra miga o cuando estaban satisfechos, los flacuchos alcanzaban alguno. Siento simpatía por los flacuchos, por eso, cuando ha aparecido una paloma que descarada y sin miramientos se ha acercado a intentar robar lo que no era suyo, me ha molestado mucho. No lo ha logrado. Los Gorriones, aunque sean los flacuchos, son mucho más listos que las Palomas.

            De pronto, la impertinente Paloma, al ver que se quedaba sin comida, se ha acercado hasta mí sin ningún respeto. Los Gorriones siempre guardan cierta distancia y si, por alguna circunstancia, sobrepasan ese límite, lo hacen a tientas, con mirada suplicante, con miedo, con humildad. Las Palomas no. Se ha parado descarada junto a mis pies como dando por hecho que le daría algo. Es una falta de respeto el creerse justo merecedor de algo.
            Estaba alegre, me habían aceptado en un trabajo. Empiezo dentro de dos días sirviendo mesas en una cafetería del centro, donde los ricos, llenos de palomas, veremos. Esa molesta paloma me ha cambiado el humor, la he apartado con una patada, pero no se ha asustado. Impertinente, descarada y chula.
            Creo que esa ha sido la misma razón por la que he matado al Juppi del autobús cuando iba a la entrevista. Ha sido mi primera víctima. No ha sido como esperaba, supongo por ser la primera vez no elaboré mucho el asunto, la verdad, ha sido algo más impulsivo que premeditado, como la patada a la paloma.
            Había pensado en hacerlo otro día, pero me encontré en el autobús, lleno de gente, y jugueteaba con la pequeña navaja que uso cuando como en el parque. Había un encorbatado de esos, entre hortera y fashion, de zapatos exageradamente puntiagudos y corbata milimétricamente descuidada. Esos que hablan de todo y demasiado, que saben física quántica y jardinería, de lo que sea con tal de que le escuchen, de esos que hablan muy alto y desprecian por lo bajo, que niegan y rebaten los argumentos de los semejantes y enmudecen y asienten seriamente compartiendo, supuestamente, los argumentos de los que están fuera de su alcance.
            Allí estaba, con un cacharro esperpéntico de esos colocado en la oreja, un manos libres lo suficientemente grande y lustroso para demostrar su posesión y lo justo para que su utilidad no sea ridícula. Hablaba muy pedante, socarrón y en voz alta, demasiado alta, como si quisiera que todo el mundo se enterara que su presencia en un transporte público y vulgar era fruto del azar.
            Llevaba un maletín de cuero reluciente, seguro que vacío, siempre creo que esos maletines están vacíos o, más bien, llenos de los complejos de su portador. No tenía ningún cuidado con los vaivenes y sus movimientos. Molestaba a los que estaban a su alrededor, sentados o de pié como él ya que no era capaz de estarse quieto. Gesticulaba demasiado, con movimientos prepotentes… Como una Paloma.
            Una pobre anciana estaba a su lado. Apenas conseguía asirse a la barra debido a los vaivenes del autobús y los gestos del ejecutivo. La paloma no tenía ningún miramiento y más de una vez zarandeó y empujó con sus ademanes al pobre Gorrión flacucho. Aquello me fue molestando. Ahora que lo pienso, se comportaba igual que la paloma del parque, impertinente, descarada y chula. El resto éramos Gorriones, algunos más flacuchos que otros.
            El detonante llegó cuando en una parada se levantó uno de los gorriones que ocupaban un asiento junto a la salida. Como lo de las migajas. Era el turno del Gorrión delgaducho. La anciana, con ojos suplicantes, trató de llegar hasta el asiento, justo a la espalda de la paloma. La anciana le miró por si se percataba de la situación y la paloma, en uno de sus gestos, se percató de que el asiento estaba libre y creyéndose justo merecedor del asiento, se sentó con la mayor naturalidad. Seguía hablando como si nada. La anciana se quedó perpleja. El ejecutivo, como si nada, levantó su mirada aún sin callarse y al ver al Gorrión, simplemente sonrió falsamente y siguió a lo suyo.
            En ese instante, en mi bolsillo, de forma instintiva, abrí mi navaja.
            Con disimulo me fui acercando a él hasta quedar justo a su lado, en el hueco de la salida. Saqué con disimulo la navaja y apoyé la mano, ocultando la navaja, cerca de su costado. Parecía que simplemente esperaba para bajarme en la próxima parada.
            Ya sabía donde tenía que ser la punción, Internet es muy útil. No se daría cuenta hasta que intentara levantarse. Tendría tres o cuatro minutos de margen hasta que su corazón se colapsara. A aquella paloma le quedaban cinco minutos de vida y seguía fanfarroneando, altivo, prepotente, impertinente, chulo.
            Llegamos a la parada. Las puertas se abrieron y, con un gesto disimulado, dejé bajar a un gorrión y con otro gesto le clavé en el costado la navaja a la paloma. Que tu mano derecha no vea lo que hace la izquierda. El ejecutivo sintió un pequeño pinchazo, se dobló un poco, pero su conversación debía ser más interesante que la muerte. Cerré mi navaja al tiempo que bajaba. La paloma seguía viva y gorgoreando. Por poco tiempo, pensé.
            Vi como se marchaba el autobús. Saqué la navaja, la limpié con un clínex, la guardé y entré en la cafetería para la entrevista.
            Todo fue bastante bien, la verdad.

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