jueves, 30 de junio de 2011

25 de Octubre. Segundo Asesinato. La Historia de La Rubia, el perro y Job, el Mendigo.

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25 de Octubre.
La Historia de La Rubia, el perro y Job, el Mendigo.

    Pobre Perro. Sólo lo siento por el. Ya no volverá a comer higaditos sufleados, ya no llevará abriguitos de cuadros rosas. Vas a tener que estropearte la pedicura de tus pequeñas patas lustrosas… Tu querida dueña ya no podrá llevarte más en brazos.
    Me temo que por fin le ha llegado algo de oxigeno al cerebro…

    Pero ahora que lo pienso… Igual le he liberado, pequeño pajarillo enjaulado. La afonía de sus ladridos regresará, seguro. Se acabó ser un muñeco. Empezará a ser un perro. Irá a los callejones a mear en las esquinas. A tirar basuras y ladrar a la luna… Paradójico… es posible que queriendo hacer un hueco en la generosidad humana, haya devuelto la libertad y dignidad a un chucho.

    No sé que tendremos los humanos para desnaturalizarlo todo: Los abuelos se convierten en muebles. Las mujeres en esclavas. Los hombres en máquinas. Los chavales en marionetas. Los niños en mascotas. Las mascotas… en niños caprichosos.
    Viendo lo que veo cada día, pienso que el culpable es el dinero. Sí, lo que desnaturaliza casi todo es el jodido dinero o, más bien, las estupideces que las personas hacen con él o las soledades que encuentran tras él. Adictos empresarios obsesionados en ganar millones que dejan a sus parejas abandonadas en compañía del lujo y, estas, cornudas por la copulación con las monedas, frustradas e ignorantes, se gastan el ansiado y ansioso dinero en abrigos y collares… para un puto perro.
            Para un animal al que tratarán como a un bebe… Claro, es mucho mejor un perrito que un niño. El perrito no molesta tanto, ni llora por las noches, ni usa pañales… pero cumple su misión: Rellenar la vida con sentimientos, sucedáneos más bien… Seguro que no comen palitos de cangrejo, esos que no tienen nada de cangrejo, porque ellos sólo comen productos naturales y de calidad. Pobres desgraciados…Es posible que ni siquiera se den cuanta de que rellenan sus corazones con mascotas o sucedáneos parecidos que no tienen nada de humano, por mucho que se empeñen en disfrazarlo.

   Estoy imaginando a la pijita de hoy, la rubia, la dueña del chucho, la que ya no respira… , en su sillón de cuero blanco, acariciando el suave pelo de su sucedáneo mientras ve la televisión. Y veo como cambia rápido de canal cuando salen las noticias de las tierras hostiles o de las regiones olvidadas. “Ay, sólo ponen noticias malas!” diría ignorante…
            Ya es tarde, pero lo que nunca comprendió es que ya no hay noticias buenas, desde el momento en que un perro vale más que la vida de una persona, desde ése instante se acabaron las noticias buenas.
           
            En la historia de hoy hay tres protagonistas: La Rubia, el perro y Job, el Mendigo. Y desgraciadamente el chucho es el mejor parado.
            A ella se le acabó su vida llena de artificio. Pero aunque extraño e injusto, me temo que alguien lleno de artificio, con poco seso y mucho dinero, al menos la echará de menos. Alguien que sentado en el sillón de cuero blanco, ése donde la Rubia acariciaba su perrito y veía la teletienda, dirá: “Quería tanto los animales…” Y lo dirá sentado sobre la piel de 4 focas. Con una lagrimita fingida recordará: “Era tan buena con los perritos…” Aunque se callará y no dirá: “Pero era una zorra con los humanos”. Sí, una zorra, pero alguien al menos se acordará de ella.
            Y Toby, Chuchi, Cuqui, Lulú o como quiera que se llame el chucho, de él nadie se acordará, seguro, pero le dejarán por la casa olvidado como respeto a la memoria de su dueña. Le darán de comer y dispondrá de un techo para dormir. Será ignorado, felizmente ignorado y al fin libre para ser perro, lo que nunca llegó a ser.
            Pero Job… Job el mendigo, así le llamo yo… Job seguirá sobre sus cartones y dará igual si un día muere de frío o de hambre, de Job nadie se acordará, seguirá durmiendo en la calle y cuando muera… Sólo nos daremos cuanta cuando el basurero recoja sus cartones. En el fondo, nadie sabe que Job existe.
    Uff. Me sigo enervando al pensar que el chucho llevaba más dinero encima que todo el dinero que Job podrá reunir en tu vida. Si juntara todos sus cartones, sus harapos, sus preciadas basuras, incluso si recuperara los dientes dorados de su boca mellada, seguro que no podría ni pagar el gorrito del chucho.

    Si yo fuera Job, el Mendigo, al ver al perrito disfrazado así y yo sin un mendrugo que poder rumiar, le habría roto el cuello, aunque no tengo claro si a la dueña o al chucho... Pero como no lo soy, como mi dignidad no debe humillarse por el precio de unas monedas, como mi sentido común no debe limosnar, como razono con libertad, he decidido hacer un juicio

    Los Implicados:
            Tú, Job, eres culpable de beber demasiado aquella noche tan triste, ya me han contado tu historia... Pero ahora, sólo eres culpable de sentarte entre cartones sucios allá donde encuentras una esperanza de generosidad. De alzar tu mano suplicante y temblorosa hacia el bolsillo del prójimo. Pero tu sonrisa mellada y tus ojillos hundidos, tus ojeras y tu susurro dan Fe de que ya estás cumpliendo el Castigo de tu Crimen. Eres bueno, Job, lo sé. Eres un gorrión con el ala rota porque una noche fuiste paloma. Pero ya te aceptas y yo te acepto y lo celebro. Eres bueno, Job, y se demuestra porque ante el egoísmo humano, ante el típico gesto de los ricos tocándose los bolsillos vacíos brindándote una sonrisa falsa en vez de una moneda, lo único que dices es un susurrante <<Gracias Señor, mañana seguro que tendrá algo para darme…>> He contado unas cien frases de éstas sólo en la primera hora y tú, juzgado por la vida y condenado entre cartones, siempre has sonreído... Por eso te llamo Job.
    Y Ella… Con su pelo cargado de lacra, digo laca, y ondulado, mechado con billetes verdes y no con aluminio, con su bronceado de cabina y no de libertad, con su vaporoso vestido robado al crédito de su marido, con un cuerpo cincelado por el ocio y el cotilleo, hablando por teléfono mirando hacia los cielos… ha tropezado con la realidad.

         Te ha pisado, Job, te ha hecho daño, Job. Y su segunda posesión más valiosa, sucedáneo de la amistad, su rompe-silencios incómodos, ha volado desde sus delgados dedos para aterrizar entre tus harapos.
    He dejado de hacer lo que hacía para observar la escena. El juicio llegaba a los alegatos. Ver que diría ella. Ver que decía él. Y ahora que lo escribo… ¿Por qué esperaba otra cosa? Aún pienso que puede haber gorriones disfrazados de palomas. Pero ésa mujer no lo era…

    <<Qué hace usted ahí tirado?>> Te ha gritado.
    Job, ya contesto yo por ti: Sobrevivir.
    <<¡Quítese de ahí y vaya a trabajar o a su casa!>>
    Job, déjame, yo contesto: Señora, vivo en la calle. Soy pobre… no se ponga usted así…
    <<¿Mi teléfono? Ay, mi teléfono…>> Pobre Job, lo ha sacado entre sus preciados harapos y con delicadeza se lo ha tendido. Un <<Lo siento>> se le ha escapado y mi corazón rabioso ha salido tras él para recuperarlo.

    Ella, con dos dedos y mirada asqueada, lo ha cogido.
    Lo ha mirado, después te ha mirado y dándote la espalda, sin una moneda, sin un gracias siquiera, con cara de asco ha dictado su propia sentencia:
    <<¡Por Dios!>>
    Job, ya contesto yo por ti:
    ¿Por Dios, zorra? Por Dios que hoy vas a morir.


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