viernes, 19 de agosto de 2011

Juicio VI. Hechos de la TARDE del 26 de Octubre

En la Columna de la derecha puedes acceder a los capítulos precedentes  >>>


Juicio VI.
Hechos de la Tarde del 26 de Octubre.


   De camino a la Calle Sexta, después de haber comido algo rápido, Park nos llamó. Nuestro amigo LouChan y su obediente hijo Kuan-Yin estaban siendo dócilmente procesados por el equipo de Lucius. Increíble, tal colaboración rallaba la sospecha. Nos preguntó el procedimiento a seguir. Rot le ordenó que les dejaran ir si no encontraban nada más, nada a parte de la coincidencia del cabello, con la que ya contábamos y que no hacía más que confirmar la historia de Kuan-Yin. El cabello encontrado en casa de Susan Bristol no era ninguna prueba incriminatoria, se encontró cerca de la puerta, en el suelo… En definitiva, nada, sólo indicaba que Kuan-Yin había estado allí.
   Como supimos más tarde, no hubo ni una prueba o rastro añadido que le implicara. Ni epiteliales, ni huellas, ni más cabellos, ni una mota de coca ni tan siquiera de polvo… Nada demostraba que LouChan ni su hijo hubieran tocado a Susan Bristol ni aún menos a Lucas Barrow.
   Le pedimos a Park que cuando terminara en la comisaría, fuera a mostrarle las fotos de LouChan y Kuan-Yin a la señora Deveró, por si en eso nos hubiera engañado y se trataran de los asiáticos que vio la Sra. Deveró en el autobús, cosa que a la vista de los datos y la aplastante colaboración encontraba, parecía improbable.
   Sí, yo seguía dándole vueltas al asunto. Me resultaba extremadamente sospechoso que alguien, con negocios cuando menos, oscuros, fuera tan receptivo y colaborador con la policía. Por otro lado, toda esa limpieza, la frialdad de ambos, sobretodo de LouChan, sus movimientos pausados, lentos, seguros… Inteligente… Sí, precisamente esa sería la actitud del asesino en caso de dar con él.
   De no haber existido el asesinato de la Sra. Newell y de no haber estado tan convencidos de que se trataba del mismo asesino, el Sr. Louchan y su hijo serían nuestros principales sospechosos, de hecho, serían los sospechosos perfectos. Sus coartadas dependían de su familia, sus actividades sospechosas y tenían el motivo y móvil perfecto para haber matado a Lucas Barrow. Pero… Nada les relacionaba con la Sra. Newell, nada salvo que las grabaciones del hotel nos mostraban a alguien que físicamente podría ser el Sr. LouChan, por su pausa y movimientos, por la frialdad, por esa mirada ladeada que me echó y que me recordó a la que el asesino le echó a la Sra. Newell en el ascensor… pero el  Sr. Louchan carecía de ese ligero amaneramiento de la persona del video.

   Pedimos a Park que se reuniera con nosotros en la Calle Sexta, en la peluquería, tras la visita a la Sra. Deveró, a las 15.30.

   Durante el rato que transcurrió entre que dejáramos al Sr. Louchan y hasta que dieron las 15.30 y llegábamos a la peluquería donde Park ya nos esperaba, Rot debió mirar su reloj unas 10 veces. Ya no pude aguantar más.
-   ¿Tienes prisa o qué pasa? – dije cuando volvió a mirar.
-   Son las tres y media… y no hemos tenido ningún aviso. Hoy me da que va a descansar…. – me explicó.
-   ¿Esperabas otro muerto?
-   No, en el fondo no. Sería demasiado… Demasiado precipitado hasta para él, pero…
-   Queda toda la tarde – repliqué. – Por qué la descartas.
-   Por intuición, no existe ninguna razón, la verdad – dijo.
-   Pues esperemos que aciertes – dije.
-   No son los chinos del autobús – dijo Park al vernos llegar. – Mientras degustaba un obligado e ineludible Rost-Beef con compota de manzana que la Sra. Deveró se ha empeñado en darme al saber que no había comido, la buena señora me ha explicado que eran dos chinos jóvenes y flacuchos, de esos, como dice ella, que venden discos por la calle…
-   Algo imaginábamos al ver que no llamabas… - dije sonriendo.
-   Bueno. Veamos si por este camino tenemos algo más de suerte – dijo Rot abriéndonos la puerta de la peluquería y dejándonos pasar. Mientras yo y Park preguntábamos y nos presentábamos a la encargada, Rot se quedó unos segundos observando a los empleados. Dos chicas y dos chicos. La verdad, todos menos una de las chicas, podría corresponder con el físico del asesino, pero uno de los chicos llamó la atención de Rot, un ligero ademán le daba un plus de semejanza. Rot se unió a nosotros.
-   Sí, es la Sra. Newell – dijo la encargada al ver la foto. – Una de nuestras mejores clientes.... Dios mío, ha muerto…  - murmuró con sincera sorpresa.
-   Sabemos que ayer, antes de ir al hotel donde la mataron, pasó por aquí… - comencé a decir.
-   Sí, claro – me cortó – quería una sesión de manicura…
-   Eso no es relevante – le atajé. – Lo importante es que alguien de aquí fue posiblemente la última persona con la que habló. ¿Quién la atendió?
-   Gisella – dijo al tiempo que con un gesto llamaba a una de las chicas que al instante se acercó.
-   Hola Gisella, somos los el Agente Park y los inspectores Sánchez y Rot – le informó. – Ayer atendiste a la Sra. Newell, ¿verdad? – la chica asintió bastante cohibida. – Te parecerá una tontería lo que te vamos a preguntar – continuó Rot -, pero es muy importante que hagas memoria – la chica volvió a asentir. – Bien, la Sra. Newell… ¿fue maleducada o te ofendió o dijo alguna impertinencia?
-   Pues… no sé… - dijo dudando. Rot la sonrió para transmitirle confianza. – Lo normal, la verdad…
-   ¡Gisella! – increpó la encargada.
-   No se preocupe señora – intervine. – Sabemos que la Sra. Newell no tenía un carácter muy dulce que digamos – tranquilicé.
-   No, Gisella – continuó Rot. – Me refiero a algo fuera de lo normal… Algo, un gesto o comentario que realmente pudiera haberte molestado a ti o a alguien.
-   No, señor… Nada destacable – dijo. Rot chasqueó la lengua. Tenía esperanzas en encontrar algo allí.
-   ¿Y usted? ¿Vio o escuchó algo que pudiera ser…? - pregunté a la encargada.
-   No, Inspectora. Tratamos de ser discretos y no fijarnos demasiado… nos limitamos a hacer nuestro trabajo. La discreción en mi negocio es vital…
-   Si claro – se me escapó.
-   Inspectora, es cierto que nuestros clientes nos cuentan muchas intimidades, pero cuando termina la sesión… termina el cotilleo – contestó ofendida. Rot, viendo que el resto de empleados y clientes estaban con la oreja puesta, aprovechó.
-   ¿Alguno de ustedes vio en cualquier otro cliente o persona algo sospechoso, extraño o que les llamara la atención? – insistió Rot. – A alguien observando desde fuera, por ejemplo…
-   No, nada – dijo la encargada al tiempo que Gisella negaba con la cabeza. Rot miró al resto, todos negaron.
-   Señora – dijo Rot, - ¿alguno de sus empleados se ausentó ayer sobre las 11:30? – preguntó con la intención de descartar a posibles sospechosos. La encargada lo pensó unos segundos.
-   N… No, ninguno, a esa hora ninguno – confirmó.
-   Sánchez, ¿algo más? – me preguntó Rot.
-   Nada.
-   Pues vámonos. Muchas gracias – dijo Rot para a continuación enfilar sus pasos hacia la puerta. Park y yo le seguimos. De nuevo la abrió y nos dejó pasar, pero justo cuando él iba a salir, Gisella le llamó.
-   Inspector…
-   Sí, dime – dijo Rot sujetando la puerta. Gisella se acercó.
-   Acabo de recordar algo, bueno, no sé si es importante... – decía con cierto reparo – pero la señora Newell me pidió una toallita desinfectante para… el móvil – dijo con rubor. Me contó que había tropezado con un mendigo… bueno, dijo pordiosero… - volvió a ruborizarse. – Un mendigo que estaba tirado en mitad de la calle, dijo, y que al tropezar su teléfono cayó entre su basura… - a Rot se le iluminó la cara. Yo sonreí, pero no puedo decir si lo hice por ver la sonrisa de Sam o por la pista que acababan de regalarnos.
-   Es justo eso lo que buscamos, Giselle – dijo ampliándole la sonrisa. – No te diría donde fue el tropezón, ¿verdad?
-   No, inspector, me temo que no – dijo con lástima. – Sólo me dijo que fue viniendo hacia aquí.
-   Muchas gracias, Gisella, has sido muy útil – dijo Rot brindándole otra sonrisa de agradecimiento. Después salimos los tres.
-   Bien, ya tenemos algo. Ya sabemos qué buscar – dijo Rot una vez fuera de la peluquería.
-   Mendigos… - dije mirando ya a mi alrededor.
-   Tampoco es para emocionarse… - protestó Park. – Debe haber un mendigo cada diez metros – dijo estudiando como yo la calle.
-   No seas aguafiestas, Park – regaño Rot. - ¿Tienes la foto de la Sra. Newell?
-   Sí, claro – dijo sacándola del bolsillo interior de su chaqueta.
-   Bien, tu ve por esta misma acera. René y yo iremos por la de enfrente. Iremos en dirección al Parking y si no encontramos nada, pediremos que venga más gente y abriremos campo. Park, no tengo nada que decirte… Si alguno dice reconocerla, confírmalo bien no vaya a ser algún listo y nos llamas – dijo mostrándole el móvil. Park asintió y comenzó a alejarse.
-   Vamos René – dijo Rot cruzando por mitad de la calle.
-   ¿Por qué has preferido esta acera? – le pregunté sabiendo que alguna razón tenía. – El parking tiene salida a ambas aceras…
-   Pero el sol, por la mañana, da en ésta – dijo dando un salto y alcanzando la acera. – Es octubre, por las mañanas hace bastante frío y la gente busca el sol… - explicó.

Park tenía razón. La Calle Sexta es una calle muy céntrica y concurrida, no sólo por los ejecutivos y otros trabajadores, también por turistas y viandantes. Es una buena zona de compras y tiene varias de las cafeterías más de moda de la ciudad. Los mendigos, después de las Iglesias con sus generosas abuelas, buscan estas calles. Bien sabíamos de disputas por sitios preferenciales elegidos por mendigos; sabíamos incluso que algunos de estos sitios se llegaban ha alquilar entre ellos.
   Unos buscaban la entrada a una concurrida cafetería y se sentaban en el suelo con sus carteles con faltas ortográficas, algunas tan exageradas que levantaban sospechas. Quien tenía muñones o lesiones, las dejaba a la vista. Otros prefería pasearse colgando de su cuello el correspondiente cartel y sonriendo ofrecía su gorra. Otros simplemente dormían, se tiraban a un lado de la calle o en un banco, dejaban a la vista su cajita y se dormían, como si el sueño infundiera lástima o como si tuvieran la esperanza de al despertarse encontrar monedas… Alguno había que al menos ofrecía algo, un periódico antiguo, poesías escritas por ellos, pulseras de hilo o simplemente rasgaban una vieja guitarra o soplaban una oxidada armónica.
   Confieso que la gran mayoría de ellos no molestan, incluso pienso que dan colorido y realidad a nuestro mundo…
   Sí, había muchos mendigos. Y más ahora, con esta maldita crisis. Creo que se podría medir el crecimiento o bienestar de una sociedad por el número de personas que están en la calle en horas de trabajo, por el número de mendigos, de artistas callejeros, de viandantes sin bolsas de compras y por el número de personas que almuerzan en la calle en tupper llenos de comida traída de casa…
  
En definitiva, nuestra búsqueda fue lenta y algo tediosa. Algún mendigo más listo de lo oportuno dijo reconocer a la Sra. Newell, pero en cuanto le apretábamos su memoria flaqueaba… El pobre Rot, que en el fondo es algo blando para estas cosas, se sentía medio obligado a dejarles algunas monedas a los que parecían más honestos. Yo me vi afectada pues al acabarse las monedas de Rot, llegaron las mías. <<Dale algo, René>> me decía casi como una orden. En su defensa tengo que decir que uno o dos mendigos seguidos son fáciles de superar, pero después de 5 o 6 uno empieza a volverse más sensible, por decirlo así.

Finalmente, la inversión en tiempo y monedas tuvo su fruto. Rot empezaba a desanimarse. Yo hacía varios mendigos que ya lo estaba. Pero a unos cien metros de la salida del parking divisamos a otro mendigo. Junto a la puerta de una librería había establecido su particular puesto de trabajo. Unos cartones le servían para protegerse del frío del suelo. A su lado, un montoncillo de ropa y algunas pertenencias. Él, sentado, estiraba su mano a los viandantes y con una sonrisa mellada pero bastante sincera, les seguía con la mirada murmurando algunas palabras.
   Fuimos hacia él. Pocos metros antes del mendigo me fijé en algo que me llamó la atención. En un banco frente al escaparate de la librería vi un portátil abierto y, a su lado, una mochila con un libro sobre ella. No había nadie sentado en el banco, supuse que el propietario andaría cerca, así que no le dí mayor importancia. Sólo algo retuvo mi mirada un instante más. El libro era exageradamente grueso. Al pasar me fijé en él. Era una Biblia, bastante nueva y aún con el envoltorio de plástico con el que se protegen los libros. Posiblemente acababan de comprarlo en la librería. Gracias a la escuela tomé manía a las religiones, así que al verla sólo pude resoplar y volver mis ojos hacia el mendigo, que estaba a unos cinco metros.
-   ¿Qué ocurre? No te desanimes, René – me regaño Rot al escuchar mi resoplido.
-   No, no es eso, nada, algo que he visto…- dije perdiendo completamente el interés en el banco.
-   Buenas tardes amigo – saludó Rot al mendigo.
-   Sí, señor, buenos. Un día bonito de sol… que se agradece en estas fechas…- contestó el mendigo sonriendo.
-   Quisiéramos hacerle unas preguntas y enseñarle una foto, ¿le importa? – preguntó Rot.
-   No, por Dios, soy pobre y mendigo en la calle, pero me gusta sentirme útil… - Rot y yo nos pusimos de cuclillas. El pobre mendigo atestiguaba su condición con su olor, pero al menos no olía a alcohol.
-   Quiero que mire esta foto – dijo Rot mientras yo le mostraba una foto de la Sra. Newell – y me diga si la reconoce – el mendigo miró la foto.
-   ¡Oh! Sí, claro… ¡Claro que la reconozco! – contestó con una gran sonrisa.
-   ¿De qué la reconoce? – pregunté.
-   Espere… No estoy seguro… Perdone mi atrevimiento, pero ando flojo de memoria y alguna monedilla suele ayudarme… - dijo. Siempre pensé que esa frase era un tópico, pero no, esa tarde la había escuchado demasiadas veces. El mendigo, con cierto pudor, esperaba nuestra generosidad con una sonrisa franca. Rot echó mano a su bolsillo y sacó un billete.
-   No me quedan monedas, pero estoy seguro que la visión de este billete podrá ayudar a su memoria… - dijo extendiéndolo y poniéndolo ante sus ojos.
-   ¡Oh, sí! ¡Como un fogonazo me ha venido el recuerdo! – bromeó.
-   ¿Y bien? – le animé.
-   Fue ayer mismo, por la mañana, tropezó conmigo, la pobre, se llevó un buen susto… - Rot me miró. Era él, por fin.
-   Cuéntame cómo fue, concreta un poco – invitó Rot.
-   Bien, la pobre y bella señora venía distraída, creo que hablaba por teléfono y no me vio. Tropezó conmigo y se le cayó el teléfono aquí mismo – dijo señalando sus harapos. Los ojos de Rot brillaban.
-   ¿Cómo se llama, amigo? – le preguntó.
-   Dimas, señor, como el buen ladrón… pero yo no soy ladrón, ¿eh?
-   Bien Dimas, lo estás haciendo bien. Sabemos lo que pasó, pero es imprescindible que confirmemos que nos dices la verdad. Es esencial que seas sincero para llevarte esto – dijo levantando el billete. – Sólo te quedan unas preguntas.
-   Seré sincero, señor, mentir es algo muy feo. ¡Dispare!
-   Quiero que me digas cómo reaccionó la señora, si fue amable o antipática, si se disculpó o se enfadó…
-   Bueno, señor, la pobre se llevó un buen susto y casi se le rompe el teléfono… - Rot asintió animándole a continuar. – Se enfadó un poco, digamos. Me regañó por estar aquí tirado, llevaba razón, pero es que no tengo donde…
-   No te disculpes ni la disculpes, Dimas, está bien. ¿Algo más?
-   Sí, bueno, le dio un poco de… repelús coger el teléfono, debería pensar que mis cosas son basura, pero aunque es ropa vieja, está limpia – explicó con algo de vergüenza.
-   ¿Fue aquí mismo, Dimas? – intervine.
-   Sí, sí, aquí mismo – dijo abarcando con sus brazos su pequeño espacio. – Aquí llevo desde hace cinco años…
-   ¿Y sobre que hora sería? – seguí preguntando.
-   Pues… Mmm... – Dimas parecía pensar. – Debían ser las diez y media. Acababa de pasar Clarice, la bella Clarice y su dorado pelo… en su bici, como siempre. Llega sobre esa hora, ata la bici en aquella farola – dijo señalando la acera de enfrente – y entra a tomar su te, no le gusta el café. No tengo reloj, lo tuve que empañar con todo el dolor de mi corazón… - explicó con mirada triste. – Pero la rutina de la gente que veo pasar todos los días me sirven como reloj… Juan abre la librería a las 8.30h, a las 9.00h entra el grupito de ejecutivos en la cafeteria, a las 9:15 pasa Will el flautista con su perro… - explicaba indicando con su mano las direcciones y situaciones de su particular reloj humano.
-   Muy bien Dimas, nos tienes casi convencidos. Sólo queda una pregunta y será tuyo – dijo Rot levantando una vez más el billete. – La señora llevaba en su brazo algo a parte de su bolso, ¿Sabes el qué?
-   Sí, claro señor, llevaba un precioso y chiquito perro. ¡Él no se cayó! – dijo con una gran sonrisa sabedor que había ganado su billete.
Rot sonrió con ganas. Sí, era el mendigo que buscábamos. Con gusto tomó el billete, lo dobló y se lo puso en el bolsillo superior de la chaqueta de Dimas.
-   Gracias Dimas.
Dimas se llevó la mano al pecho y mató dos pájaros de un tiro: Sintió su ganado billete y aprovechó el gesto para simbolizar su agradecimiento. Nos miró feliz y se vio obligado a darnos explicaciones.
-   Señor, muchas gracias, no lo gastaré en bebida, no bebo, ya no. Y gracias a su generosidad podré comer bien una semana, dos si lo estiro.
-   Te lo has ganado, Dimas – dije mientras nos levantábamos.
-   Señor… - llamó Dimas. Rot, a punto de alejarse, le miró. – Tiene un buen trabajo, parece sano y tiene una amiga que encima es guapa – dijo sonriéndome. Después miró serio a Rot. – Es usted muy afortunado, no esté tan triste…
Rot se quedó de piedra. Yo también. Unos segundos después consiguió sonreírle como despedida, se giró y fue hacia le entrada de la librería. A mí aquello me llegó al corazón, evidentemente no por el piropo, ese mendigo había visto en unos minutos lo que yo llevaba viendo ya tres días. Dimas era un buen hombre. Así lo sentí y en un impulso que no pude contener, eché mano a mi bolillo y le dejé en su cajita todo el dinero que llevaba. Tampoco era mucho, pero en ése momento era todo. Sin esperar y con algo de pudor, me reuní con Rot que ya estaba en la puerta de la librería mirando a su alrededor.
-   Genial, Sam – dije mientras sacaba el móvil para avisar a Park de que se reuniera con nosotros. Su particular búsqueda le había alejado de la calle Sexta. Por lo visto había un mendigo que había cambiado recientemente su sitio y quería interrogarle. Sam seguía observando y estudiando la zona.
-   Si como creemos el asesino vio la escena, debió hacerlo o desde la misma calle, por aquí cerca o en el interior de la librería. O como mucho, desde la cafetería de enfrente…- dijo.
-   Desde la cafetería o desde el interior de la librería, no habría escuchado nada – repliqué.
-   Cierto en el caso de la cafetería, pero… - dijo asomándose al interior de la librería – si hubiera estado cerca de la puerta, lo habría escuchado. Entremos a ver – me invitó con la mano.
Como un acto reflejo, ambos, al cruzar las puertas, llevamos la mirada al techo buscando cámaras de seguridad. Las encontramos. Todo parecía demasiado ideal.
-   Perfecto… - murmuré.
-   A ver si tenemos suerte esta vez…- dijo Rot llegando al mostrador que se situaba cerca de la entrada, a la izquierda del local, dejando las estanterías de libros al frente. Un hombre de unos cincuenta años despachaba en la caja y otros cuatro chicos, uniformados, se repartían por el local atendiendo a los clientes.
-   Buenas tardes, quisiéramos hablar con el encargado – dijo Rot mostrando su placa.
-   Soy yo – dijo el señor cambiando su sonrisa de bienvenida por seriedad.
-   Somos los inspectores Sánchez y Rot, de la Comisaría Central – nos presentó. – Estamos investigando un caso relacionado con un pequeño incidente que ocurrió aquí mismo, a las puertas de la librería – dijo señalando la entrada – ayer por la mañana. Vemos que tiene cámaras de videovigilancia – dijo señalándolas.
-   Sí, se han hecho imprescindibles… - dijo al tiempo que llamaba con la mano a uno de los empleados. – Encárgate de la caja – le ordenó saliendo de detrás del mostrador. – Síganme, por favor – nos pidió marcando el camino con su mano. – La verdad es que – dijo bajando el tono de su voz mientras nos guiaba hasta el fondo del local – no todas graban y no siquiera vigilan… - no me lo podía creer. Nuestras esperanzas mermaban. – Instalar un sistema completo es demasiado caro, así que todas las cámaras son más bien disuasorias… - la palabra “todas” nos hundía – Todas menos una – dijo entrando en lo que parecía su despacho.
-   ¿Sólo una? ¿Cuál? – preguntó Rot viendo que se derrumbaban nuestras opciones.
-   La única que graba es la de la caja, así mato dos pájaros de un tiro: Vigilo a los clientes… y a los empleados, desgraciadamente…
-   ¿Y qué zona de grabación tiene? – corté agarrándome a la posibilidad de que fuera útil.
-   Graba el mostrador, la entrada y algo de las estanterías frente a la caja – yo no resoplé de milagro.
-   Puede servirnos – dijo Rot. – Necesitamos ver las grabaciones de ayer – dijo Rot. El hombre se sentó tras su mesa y nos invitó a tomar asiento. – Concretamente la hora que nos interesa es sobre las 10:30h, digamos que necesitamos las imágenes desde las 10:00h en adelante. El encargado giró la pantalla hacia nosotros y se puso a manipular con el ratón.
-   Lo quieren ver en tiempo real o algo más rápido – preguntó enfatizando su deseo de “algo más rápido”.
-   Avance rápido, le avisaremos – pedí.
-   Bien – el video comenzó y a mí ya me dio mala espina. Una vez más el enfoque era superior, al querer abarcar más espacio, tanto la altura como el ángulo no eran los ideales para sacar una imagen aceptable del rostro de las personas. La imagen, como nos había comentado el encargado, mostraba todo el mostrador en su parte superior. A la izquierda de la pantalla veíamos la entrada y algunos expositores de esos circulares. Y tanto a la derecha como en la parte inferior de la pantalla veíamos unas cuantas estanterías, que perpendiculares al mostrador, permitían ver a las personas en los pasillos. Entre el mostrador y las estanterías existía un espacio de unos tres metros, reservado para el paso y seguramente para las posibles colas en la caja. Realmente la imagen no mostraba más allá de un treinta por ciento del local. Debíamos esperar a que fuera suficiente. La imagen avanzaba y veíamos a las personas y empleados pululando por la zona de grabación. Debido a la velocidad del video, sus movimientos tenían ciertos ademanes robóticos. Veíamos clientes con libros en las manos, sin ellos, empleados yendo a atender a algún cliente o charlando con alguno… Y en la caja, el encargado cobrando o mirando. La cola de la caja pasaba de tener tres o cuatro clientes esperando a no tener ninguno.
               A las 9.52h lo vi por primera vez, en los expositores de la entrada, pasó sin detenerse. Fue tan fugaz y tan de refilón que no me percaté que era él hasta que a las 10.17h volvió a aparecer colocándose tras dos personas que esperaban para atender. Ahí estaba, con su gorra bien calada y su mochila colgando de sus enclenques hombros. No iba vestido como en los videos del hotel ni su pelo parecía el mismo, parecía algo más largo, no mucho, a la moda de los jóvenes. En el fondo pudo habérsenos pasado perfectamente, pero su gorra, su mochila y su físico…
-   Sam – dije.
-   Sí, ya le veo. Ponga la velocidad normal – el encargado obedeció y los gestos robóticos cesaron pansando a movimientos naturales.

   El asesino, tranquilo como siempre, llevaba un libro en la mano. Entre la poca nitidez de la imagen y que lo llevaba medio enganchado bajo el brazo derecho, no se podía distinguir bien. Evidentemente, gracias a la tacañería del encargado en su instalación de video, no podíamos esperar sacar mucho más que la confirmación de que era él. La calidad del video era pésima. Pero ya en velocidad normal, los gestos lentos y los ademanes suaves se unían a su complexión, a la gorra y la mochila, todo eso coincidía con las grabaciones del hotel. Sin ningún género de duda: Era él.
   Esperaba sin más. Me helaba la sangre pensar que una hora después, con tal pose, con tal tranquilidad, como si estuviera esperando su turno en el hotel… matara a una mujer. Y ocurría lo mismo… sí, desgraciadamente lo mismo. O era muy consciente o había tenido suerte, pero seguíamos sin verle la cara. Nada destacable, nada útil, nada que nos sirviera. Sus movimientos, aunque naturales, por decir una palabra aunque sea poco apropiada tratándose de tal sujeto, tenían cierta tensión. Miraba al frente y trataba de no girarse demasiado. Una ligera inclinación de su cabeza propiciaba que la visera de su gorra ocultara lo poco que podría verse… Sí, sabía perfectamente que había cámaras. No sé porqué esperábamos otra cosa.
   Un cliente pagó y se marchó. La cola avanzó y ya sólo tenía a una persona más delante de él. En ese momento metió su mano libre, la izquierda, en el bolsillo de su chaqueta, una amplia sudadera con capucha. La dejó ahí unos segundos, parecía como si rebuscara o jugara con algo. Al poco, sacó la mano. Llevaba algo agarrado. Abrió la mano y sobre su palma vimos un objeto. De nuevo la calidad de la imagen no nos daba detalle. Era una especie de objeto estrecho y alargado. Dejó la palma abierta unos segundos, con el objeto encima…
- Hijo de puta… - dijo Rot.
Y al escucharle lo comprendí. Era una navaja cerrada. El arma con la que asesinó a Lucas Barrow… Y nos la estaba enseñando. No había ninguna otra razón para esa acción suya. Con su palma abierta, la navaja sobre ella… Con sangre fría, sin importarle quien le viera, indiferente al resto del local, sabiendo que le estaban grabando… Con sarcasmo… Nos echaba una mano, nos eliminaba las posibles dudas que pudieran quedarnos sobre la autoría del primer asesinato. Nos decía algo así como “Sí, esta es la navaja y yo soy el asesino…” Lo más aterrador de todo es que, de alguna forma, sabía que en algún momento veríamos esos videos, o al menos, sabía que era posible que llegáramos hasta ahí. Pero… ¿cómo lo sabía? ¿Realmente lo sabía o simplemente lo hacía por si acaso? Una de las posibles respuestas era demoledoramente negativa para nuestra investigación… Era probable que ya tuviera previsto matar a alguien o, simplemente, no descartaba esa posibilidad. Y tenía muy presente que la investigación podría llevarnos hasta la librería. Es decir que, en definitiva, le importaba y le perturbaba bien poco que estuviéramos viéndole en ese momento en los videos, incluso le podría hasta gustar. Contaba con ello y si contaba con ello era porque sabía que no había dejado absolutamente nada que pudiéramos usar o rastrear con éxito. Ni con Lucas Barrow, ni después, ni ahora, ni el lo que tuviera pensado hacer después de la librería…
Allí estaba, esperando sin más. En su mochila debía llevar lo necesario, como el soldado que sabe que puede ser llamado en cualquier momento y tiene preparado siempre su petate. Sólo hacía falta una llamada. En este caso… sólo hacía falta una víctima…
Unos dos minutos después, cogió la navaja entre el índice y el pulgar y comenzó a jugar con ella haciéndola girara. Seguía tranquilo esperando detrás de un hombre, con un libro bajo el brazo derecho y jugueteando distraído con una navaja en la mano izquierda. El cliente precedente pagó y se marchó. Él se acercó a la caja y dejó el libro sobre el mostrador al tiempo que guardaba la navaja. Justo en ése momento giró su cabeza hacia la entrada. El Encargado hizo lo mismo. Ambos estaban viendo el incidente de Dimas y la Sra. Newell
-   Sí, ahora recuerdo – intervino el encargado mientras veíamos como el asesino, paralizado, estudiaba la escena. - Una mujer había pisado a Dimas… Muy estirada y borde, la verdad. El pobre Dimas no molesta a nadie y es muy respetuoso…
Durante el minuto o dos que pudo durar el incidente, el asesino no movió la cabeza. Clavaba su mirada en dirección a la calle. El encargado volvió a lo suyo y comenzó a cobrar el libro mientras parecía hablar con el asesino. Éste, con un movimiento sutil y bastante educado, le pidió que esperara. Al cabo, con su lentitud, volvió su mirada al cajero al tiempo que echaba mano a su bolsillo del pantalón. Sacó dinero y cuando parecía que iba a pagar, se detuvo y posó su mirada en una pila de libros que había sobre el mostrador. Levantó unos tres libros y tomó el siguiente depositándolo sobre su libro. El cajero lo pasó por el lector de códigos.
-   Qué cabrón, Rot… - se me escapó. – Nada, todos sus movimientos están medidos. Saben que le graban…
-   Perfectamente. ¿Le recuerda? – preguntó Rot al encargado señalando con su libreta.
-   Me temo señor que pasan muchos clientes… Recuerdo el incidente, y recuerdo los libros que se llevó, pero nada más…
-   ¿Qué libros se llevó? Una guía turística, ¿verdad?
-   Sí, una guía, de Roma, creo… Lo que es seguro es el otro, era una Biblia, dicen… - al escuchar la palabra “Biblia” la sangre se me heló. La voz del encargado comenzó a alejarse al tiempo que un escalofrío recorría todo mi cuerpo – que es el libro más vendido de la historia, pero la verdad es que yo no vendo… - yo ya no escuchaba nada. Estaba helada pero también había roto a sudar sobremanera. Mientras se alejaban las palabras y cualquier ruido a mi alrededor, en cuestión de milésimas, de forma instintiva, había llevado mi mano a la pistola y al tiempo que desenfundaba, salté a la carrera. No me salían las palabras, sólo tenía una imagen en la cabeza. Un banco. Junto a la librería. Un portátil. Una Mochila. Y… una Biblia.
Sabía que Rot había tardado bien poco en comprender y me seguía de cerca. Atravesé la librería y los gritos de algún cliente se quedaban en susurros. Todo fue completándose. La mochila era la misma. Le veía, le veía ahí sentado, sonriendo y mirándonos como hablábamos con Dimas y el encargado. Le veía sonriendo y no le ponía cara, solo veía su sonrisa tranquila mientras con su parsimonia guardaba primero la Biblia y después el portátil. Sí, le veía tranquilo y sonriente, con esa pausa suya, con esos movimientos helados, cerrando clic a clic la cremallera de la mochila. Pasando un brazo por la cincha mientras nos observaba. Pasando el otro mientras nos observaba. Ajustándose su gorra mientras, tranquilo y sonriente, nos observaba… Seguro que susurraría alguna irónica despedida…
   Sí, en los segundos ralentizados que tardé en cruzar la librería le veía, como en un sueño, mientras yo corría y driblaba a los clientes… pero él se alejaba. Y la puerta de la librería también se alejaba. Veía el banco a través del escaparate, ya no estaba, pero mi imaginación seguía manipulándome alejando aún más la puerta y frenando mi carrera, nublándome y engañándome…
   Sí, mi imaginación o mi esperanza o mi miedo aún me lo mostraba, pero no, no estaba. Le veía en cada persona que cruzaba por delante de la puerta mientras yo, tras ella, esperaba los eternos segundos que ésta invertía en abrirse lentamente, muy lentamente, demasiado lentamente.
   Salté a la calle y el sol me devolvió a la realidad. No fui consciente, pero allí estaba, en mitad de la acera, en posición de disparo, apuntando a… un banco vacío.
   No, claro que no. Desde luego que no estaba. El brillo de su sonrisa y tranquilidad, el aroma de su irónica y silenciosa despedida aún flotaban en el aire.
   Escuché a Rot que se colocaba a mi lado, también apuntando a… un jodido banco vacío.

   La realidad regresó al tempo que mis brazos tensos y mis manos tensas aflojaban y bajaban el arma. La realidad llegó del todo cuando mis músculos se relajaban y mis rodillas dobladas me devolvían a la posición erguida. Miré a mi derecha y vi a Rot ya estirado, con la mirada clavada en el banco.
-   ¿Qué coño pasa? – dijo una voz a mi izquierda. Era Park que había llegado en ése momento. Al vernos salir con las armas y apuntar al banco, sin pensarlo nos había imitado.
-   Estaba aquí… Joder, Sam, estaba aquí – dije. – No lo he visto, pero te juro que sé que estaba aquí, en ése jodido banco…
-   Lo sé – dijo Rot acercándose al banco. – Y él también sabía que estábamos aquí. Nos ha visto – dijo señalando el banco.
No me había percatado, pero el banco no estaba vacío. Aquello me dio miedo. No sé por qué, pero tuve miedo. Allí, en aquél simple y vulgar banco estaba. El mismo, si, era el mismo libro. Sobre el banco vacío, en vez del asesino… La Biblia.

Rot se acercó lentamente. Lo miró y se sentó en el banco.
-   Sam… - le advertí al ver que con el cañón de su revolver se disponía a abrirlo.
-   Hemos pasado a ser su diversión… Tranquila René – me tranquilizó.

   Sí, era un poco paranoico, era improbable, impensable… pero con aquél asesino cualquier cosa podría pasar al abrir el libro. Rot sujetó la tapa con la mirilla del revolver y la levantó. Yo estaba a su lado. Park junto a mí.
   La tapa cayó y vimos la primera hoja, esa hoja que siempre está en blanco, esa hoja que suele usarse para las dedicatorias… El asesino así la usó, sí, allí, con letras elegantes, finas, inclinadas, delicadas, cuidadas, en perfecta caligrafía… nos había dejado su particular dedicatoria.
   Rot volvió a usar el cañón del revolver para orientarse el libro y comenzó a leer en voz alta:
   -Y paseo por el parque olvidado, de día, de noche... y arrastrando mis pies o con sesgos de mi mano,  aparto las envidias y tristezas, desbrozo las sonrisas y esperanzas, pero a veces... a veces pienso en ti. Tu voz me late, me mece, me susurra en el parpadeo de las luces de neón en mi solitaria almohada e imagino mi futuro y no le temo. Es mi camino, no me torceré, no busco una sonrisa, no busco un final feliz, tan sólo ando, tan sólo camino porque alguien tiene que ir. Alguien tiene que desbrozar de hierbajos y sucias palomas la senda sin fin que lleva al valle de la muerte, y no temeré… Fiero y decidido mi paso avanza implacable. Pero a veces, alzando mis ojos al cielo te veo revoloteando y pienso y susurro y te pregunto... Gorrión, Gorrión... ¿Qué quieres de mí?
     Y en silencio, por el parque olvidado, hacia el valle de la muerte, te sonrío y... te permito que sigas junto a mí, revoloteando a mi lado…
   Pero nunca olvides, gorrión amigo,  que camino hacia el valle de la muerte y nada temeré,  vueles tú conmigo o, como siempre, vuele como un gorrión solitario.

                                                                                              El Gorrión Rojo



Nos quedamos en silencio durante demasiado tiempo. Un silencio significativo, muy significativo. Demasiado. Se nos hizo plenamente patente que el asesino no vacilaría en ningún momento. Había mucho que explorar en ése libro. Se hacía evidente que habría tomado las precauciones necesarias para no dejar ningún rastro. Pero su letra… su letra sería un rastro en circunstancias normales, si aquellas letras y palabras parecieran, al menos, normales, de una persona normal, que escribiera de forma natural… pero no, hasta su caligrafía parecía estudiada, practicada y meditada al milímetro. Si cogiéramos un cuaderno de caligrafía, uno de esos con los que se enseña a los niños a escribir, encontraríamos más defectos que en la letra del asesino. Era perfecta, era aterradoramente bella. Disfrutaba escribiendo de tal forma, con trazos elegantes, rimbombantes incluso, enlazando perfectamente una letra con otra…
Y el texto… No lo conocía. Rot tampoco. No sabíamos si se trataba de algún fragmento original del asesino o de algún autor conocido. Tanto Rot como yo pensamos que era el propio asesino quien escribía… Y lo hacía bien. Suele esperarse en un asesino que no sepa expresarse bien, cabe esperar que lo haga con propiedad si el asesino es inteligente, pero un texto como su dedicatoria… Nos enfrentábamos a un monstruo, uno de esos que no imaginas, alguien capaz de tomarse la frialdad necesaria, teniendo a menos de 10 metros a dos policías y que con serenidad, con inspiración, son disfrute, con placer, escriba un texto elegante, rítmico y lleno de dobles lecturas y mensajes ocultos. No pude quitarme de la cabeza una de sus frases: “Te permito que sigas junto a mi…” Con eso lo decía todo. Nos decía que conocía nuestra presencia, conocía nuestros caminos, que estábamos cerca, revoloteando a su alrededor… y sonriéndonos… permitía que siguiéramos cerca. No le importaba, no le incomodaba, era completamente indiferente a nuestra presencia, era su juego… “Te permito que sigas junto a mi…” El asesino decidía. El decidiría cuando acabaría de desbrozar el camino. El decidiría lo que podríamos averiguar o ver. El decidiría en todo momento cada paso que diésemos. Sí, sólo lo decía, pero la seguridad de sus palabras… hacían pensar que ocurriría así. Sólo le cogeríamos si él lo permitía.

Rot oscureció. Oscureció de golpe. Creo que había llegado a las mismas conclusiones que yo. Creo que incluso vio algo más, pero no lo compartió. Tanto él como yo hicimos una foto al texto y después ordenó a Park que metiera el libro en una bolsa y se lo llevara directo a Lucius. Después, en un silencio sepulcral, regresamos al interior de la librería a tratar de captar la llegada del asesino. Y sí, en las grabaciones le vimos entrar en la librería, pero como esperábamos… Una gorra perfectamente colocada y un rostro esquivo. Un fantasma.
Cuando salimos de allí, Rot decidió dar el día por terminado. Poco más podíamos hacer, ya era tarde. No tenía ganas de hablar y yo tampoco.

Firmó como El Gorrión Rojo, eso me intrigó y quería ir a casa a investigar por mi cuenta. El Gorrión Rojo… hasta eso me dio mala espina. No era tan vanidoso como suele ocurrir con estos asesinos. Rot llevaba razón, la vanidad es lo que termina por provocar que apresemos a asesinos así. Pero él… El Gorrión Rojo. Me dio miedo. Cualquier otro habría puesto Águila, halcón… yo que sé, pero a parte del claro doble sentido de su firma, seguía demostrando, a falta de una palabra más adecuada, humildad.
Rot se despidió tratando de transmitirme normalidad, pero no le creí. Me callé, claro, pero sabía que no estaba bien. Sólo deseé que al menos se liara con sus pesquisas y filosofías, así no pensaría en Livi. Justo antes de irme, me clavó la mirada y me dijo:
-   Mañana hablaremos con Rimbaw.
Estaba decidido. Necesitábamos un perfil psicológico. Y llevaba razón, Rimbaw era el mejor. Pero esa decisión demostraba, en parte, la gran preocupación de Rot sobre nuestro asesino.


Al llegar a casa cogí cualquier cosa de la nevera y me tiré en el sillón. Quise hacer un resumen mental del día y fue entonces cuando me acordé. En mi cabeza sólo retumbaba la dedicatoria del asesino, ya había colocado sobre mi regazo mi portátil e iba a investigar el mensaje, pero me acordé. Me acordé de lo que leía Rot por la mañana. Me acordé de su Blog. “ParaLivi”.  En un principio descarté la idea. Me sentía una ladrona. No podía curiosear. No debía. Aquello era algo sumamente íntimo. No tenía derecho… Pero lo hice. Accedí a su blog y, aunque no tenía mucho escrito, me quedé hasta la madrugada leyéndole. Cada palabra, cada frase, cada dolor, cada tristeza, cada lágrima, cada latido… Era Sam. El Sam que yo no conocía, el Sam… que yo quería conocer. El Sam del que estaba enamorada, dolorosa y tristemente enamorada. Su dolor me hizo daño. Lloré con él.

El 26 de Octubre fue un mal día, un maldito día.
El 26 de Octubre fue un día clave en demasiados sentidos.
Sí, el 26 de Octubre, El Gorrión Rojo no mató a nadie. No hubo muerto, ni cuerpo, ni sangre, ni navaja, ni jeringuilla… Pero fue el peor de todos los días de esa investigación. Y lo que provocó todo eso fueron Las Palabras. Las Palabras de El Gorrión Rojo envenenaron a Rot. Las Palabras de Rot me envenenaron a mí. Sí, porque por culpa de las Cartas de Rot fui incapaz de tomar decisiones que más adelante debí haber tomado. Mis sentimientos hacia Sam salieron a la superficie y aunque seguí siendo discreta, mis decisiones estaban coartadas, condicionadas… Temí hacer daño a Sam, pero me equivoqué, por que la decisión más importante que debía haber tomado no lo hice por culpa de esas palabras, de las suyas. Sí, Samuel Rot no debía haber seguido con el caso. Debí informar al Jefe Abrams. Pero fui incapaz. De hacerlo, apartar a Sam del caso, habría supuesto perder a Sam como amigo y habría supuesto empujarle más hacia la oscuridad a la que se estaba asomando.

Sí, ése día, el día 26 de Octubre, no debió existir jamás…





No hay comentarios:

Publicar un comentario